El mundo no es tonto: lo es el contenido que eliges
La industria del entretenimiento fabrica idiotas para que no nos sintamos uno.

Una de las quejas más divertidas es la de quienes se refugian en la nostalgia: “Antes sí había buena música, buena literatura, buen cine, buen gusto.” Hoy, todo es basura y la gente más idiota.
Lo curioso es que cada época ha dicho lo mismo. Aquella edad de oro que defiendes con fervor, en su momento fue vista como decadencia. Siempre hay un antes mejor y un ahora arruinado.
¿Pero? ¿Entonces cada década nos hace más imbéciles?
Los datos cuentan otra historia:
Durante casi todo el siglo XX, la inteligencia medida en pruebas subió en todo el mundo: el famoso efecto Flynn. Dos a tres puntos de CI por década, según meta-análisis de miles de muestras. En términos prácticos: nuestros bisabuelos habrían sacado calificaciones más bajas que nosotros en los mismos tests.
Desde los noventa, sí, en algunos países ricos los puntajes se han estancado o incluso retrocedido. Pero los estudios que comparan hermanos de una misma familia concluyen que son cambios ambientales —educación, dieta, pantallas, motivación—, no genéticos. Incluso los trabajos genómicos que han detectado selección negativa contra variantes asociadas con la educación hablan de efectos tan pequeños que no alcanzan a explicar los cambios recientes.
En otras palabras: no hay evidencia de un declive global en la inteligencia. Lo que cambia es el entorno y la manera en que la medimos.
Lo que sí cambió fue el espectáculo de la estupidez. Nunca como ahora se consumió tanto la imagen del idiota. Abre TikTok y aparece el formato estrella: entrevistas callejeras con preguntas básicas.
—¿Quién descubrió América?
—Donald Trump.
Y la multitud en comentarios: “JAJAJA”, insultos, memes. Generalizaciones nacionales: “En México es ilegal pensar.” “Los gringos no saben nada.”
Como mexicano, lo confirmo: no sabemos nada. Mentira. Sí sabemos. Solo quería ver si seguías aquí, lector.
Es el consuelo del mediocre. La ilusión de que alguien allá afuera es más tonto que yo. La televisión lo entendió hace décadas. La política lo perfeccionó. Nos ponen frente a personajes que parecen extras de The Office: caricaturas que sueltan disparates tan grotescos que sentimos alivio. “Bueno, al menos yo no soy tan idiota.”
Lo mismo pasa con las caricaturas del rico en el cine mexicano o gringo. El algunas ocasiones el millonario aparece como inútil absoluto, incapaz de servirse un vaso de agua sin ayuda. Y claro, existe gente así, pero no es la regla. Es otra estrategia de consuelo: “Seré pobre, pero al menos no soy imbécil.”
Así funciona el ciclo: cuanto más visible el idiota, más calmada nuestra inseguridad. No es que la humanidad sea más tonta; es que nos ofrecen más imágenes de la idiotez porque consumimos eso con gusto.
Y aquí está la parte incómoda: sí, hay algoritmos que empujan lo fácil, lo comprensible, lo bobo. Pero no todo es culpa de la máquina. También elegimos. Hoy tenemos a un clic canales de YouTube que enseñan física, podcasts sobre historia, música exquisita, literatura de cualquier época. El acceso nunca fue tan amplio.
No quiero decirte que dejes de disfrutar los memes y demás cosas. Yo también me río y lo confieso: soy más adicto de lo que me gustaría. Pero creo en un equilibrio: ríete, claro; pero piensa después. Porque aunque no hay evidencia firme de que seamos globalmente más tontos hoy, esta era de videos cortos y consumo instantáneo puede marcar un hito en la inteligencia colectiva; y todavía estamos a tiempo de no convertir ese hito en atrofia.
Quizá me equivoque y no tenga tanto efecto —espero que así sea—, pero no lo sabemos.
¿Y si la humanidad se hace más idiota? ¿Estaremos perdidos? No lo sé —y, para qué hacernos los moralistas, me importa un carajo. Yo no estaré aquí para ver el entierro intelectual del planeta; que todo se vaya a la mierda si tiene que irse.
Esa indiferencia no es heroica: es honesta, cruda, ligeramente cínica. Pero aceptarla como excusa para no hacer nada sería infantil. Reírse de los demás está bien; usar la risa como anestesia intelectual, no tanto.
La pregunta que queda, entonces, no es si somos más tontos que antes. La pregunta es cuánto esfuerzo estamos dispuestos a invertir en no parecernos a esos idiotas que tanto disfrutamos mirar.
Porque la inteligencia no es un don estático: es un músculo. Y si lo dejamos sin ejercicio, nadie nos garantiza que vuelva al primer día que lo estiramos.
Fuentes:
Fuentes clave sobre el efecto Flynn y tendencias de CI
- Trahan, L., Stuebing, K. K., Fletcher, J. M., & Hiscock, M. (2014). The Flynn effect: A meta-analysis. Psychological Bulletin, 140(5), 1332–1360. https://doi.org/10.1037/a0037173
- Pietschnig, J., & Voracek, M. (2015). One Century of Global IQ Gains: A Meta-Analysis of the Flynn Effect (1909–2013). Perspectives on Psychological Science, 10(3), 282–306. https://doi.org/10.1177/1745691615577701
Estudios sobre reversión/meseta reciente
- Bratsberg, B., & Rogeberg, O. (2018). Flynn effect and its reversal are both environmentally caused. Proceedings of the National Academy of Sciences, 115(26), 6674–6678. https://doi.org/10.1073/pnas.1718793115
- Teasdale, T. W., & Owen, D. R. (2008). Secular declines in cognitive test scores: A reversal of the Flynn Effect. Intelligence, 36(2), 121–126. https://doi.org/10.1016/j.intell.2007.01.007
- Dworak, E. M., et al. (2023). Evidence of declining cognitive performance in the U.S. adult population: Cross-temporal meta-analysis of 1971–2018 data. Intelligence, 96, 101713. https://doi.org/10.1016/j.intell.2023.101713
Evidencia genética y selección
- Kong, A., et al. (2017). Selection against variants in the genome associated with educational attainment. Proceedings of the National Academy of Sciences, 114(5), E727–E732. https://doi.org/10.1073/pnas.1612113114
- Beauchamp, J. P. (2016). Genetic evidence for natural selection in humans in the contemporary United States. Proceedings of the National Academy of Sciences, 113(28), 7774–7779. https://doi.org/10.1073/pnas.1600398113