La culpa de no ganar dinero

¿Vale la pena hacer algo si no te da dinero hoy ni promete dártelo mañana?

La culpa de no ganar dinero

Desde que empezó agosto, y con él mis treinta y cuatro años, decidí—una vez más—que era momento de ponerme serio con País Lector. Como otras quince mil quinientas veces, me convencí de que el lunes sería el día. No antes, claro: estaba celebrando mi cumpleaños. ¿Y quién trabaja en su cumpleaños? ¿Tú sí?

¡Y fracasé! Como tantas veces antes. El lunes llegó y lo recibí con cansancio, esa niebla que no justifica pero frena. Aun así, hice ejercicio, trabajé, limpié mi casa, cuidé a mis perros y gatos. Fui funcional. Responsable. Pero no escribí para mi proyecto. No leí como quería. Y aunque tuve tiempo, no lo usé. Porque hay una idea que se ha metido hasta el fondo: si lo que hago no me da dinero hoy ni promete hacerlo mañana, entonces no vale la pena.

Ese pensamiento lo infecta todo. Me obliga a elegir entre lo útil y lo inútil según una lógica de rentabilidad. Así que paso el día cumpliendo con lo que debo hacer, pero evito lo que realmente me importa. Leer. Escribir. Crear. Y cuando cae la noche, siento que no hice suficiente… aunque no paré. Es una forma de parálisis elegante: trabajo sin avanzar, lleno el día sin sentir que vivo.

Leer y escribir se han vuelto para mí como ver televisión. O peor: como perder el tiempo en TikTok. Sé que suena ridículo, pero así lo interpreta mi cerebro domesticado. Me castiga. Me dice: “Eso no te va a pagar la renta, pobretón tontón.” Y lo peor es que a veces le creo.

Y sin embargo, quizá eso mismo lo hace valioso. Es mi forma de ocio. De perderme. De existir sin cálculo. Como ver una serie, perderme en YouTube, tomar cerveza al ritmo de una canción. Es asquerosamente ñoño, pensaría mi yo de quince años. Pero hoy es lo que me salva.

Lo mismo me pasa con el ejercicio, con pasar tiempo con mis padres, con extender una noche con mi mejor amigo. Todo me genera culpa. Como si todo lo que no fuera ganar dinero fuera una traición a la adultez. Como si el tiempo, para valer, tuviera que facturar.

Vivimos en esa idea. Que vinimos a producir. A escalar. A optimizar. Aunque sepamos que el dinero no lo arregla todo, en el fondo creemos que algo sí arregla. Esa cifra que cada quien guarda en la cabeza. La cantidad exacta que—según nosotros—resolvería todos los problemas. Y mientras no la tengamos, todo parece en pausa. Todo parece poco.

Pero esa obsesión, lo sé, me está pudriendo. Y quiero salir. Quiero aprender a hacer cosas sin pensar si pagarán el super. Quiero escribir y leer sin calcular si algún día podré monetizarlo.

Quizá se trate de eso: no de renunciar al dinero, sino de domarlo. De dejar de hacerle reverencias. Porque esto no va a cambiar mañana. Jeff Bezos no va a repartir su fortuna. Y si el sistema colapsa, no hay garantías de que el nuevo sea mejor. Así que no queda más que jugar este juego, aprender sus reglas, y romper las que podamos.

Así que, vámonos a trabajar. 

Que aquí estoy, y aquí estás tú. Y al menos a mí, esto no me hizo ganar nada de dinero: ¡JA,JA!

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