Los amorosos de Jaime Sabines: análisis, significado y versos clave

Los amorosos de Jaime Sabines no endulza nada. Es un poema donde el amor aparece como condena, insomnio y soledad repetida hasta el hartazgo.

Los amorosos de Jaime Sabines: análisis, significado y versos clave

Los amorosos de Jaime Sabines somos todos. No porque sea un poema romántico, sino porque retrata la soledad, el hambre y el insomnio de amar demasiado. En algunos, solo toca una fibra; en otros, les queda como un traje entero.

¡Pero qué va! Antes de desarmarlo en análisis y explicaciones, mejor léelo.

Los amorosos de Jaime Sabines 

A continuación te comparto el poema completo Los amorosos de Jaime Sabines, incluido en su primer libro Horal, publicado en 1950.


Los amorosos
Jaime Sabines

Los amorosos callan.
El amor es el silencio más fino,
el más tembloroso, el más insoportable.
Los amorosos buscan,
los amorosos son los que abandonan,
son los que cambian, los que olvidan.

Su corazón les dice que nunca han de encontrar,
no encuentran, buscan.
Los amorosos andan como locos
porque están solos, solos, solos,
entregándose, dándose a cada rato,
llorando porque no salvan al amor.

Les preocupa el amor. Los amorosos
viven al día, no pueden hacer más, no saben.
Siempre se están yendo,
siempre, hacia alguna parte.
Esperan,
no esperan nada, pero esperan.

Saben que nunca han de encontrar.
El amor es la prórroga perpetua,
siempre el paso siguiente, el otro, el otro.
Los amorosos son los insaciables,
los que siempre -¡que bueno!- han de estar solos.
Los amorosos son la hidra del cuento.

Tienen serpientes en lugar de brazos.
Las venas del cuello se les hinchan
también como serpientes para asfixiarlos.
Los amorosos no pueden dormir
porque si se duermen se los comen los gusanos.
En la oscuridad abren los ojos
y les cae en ellos el espanto.
Encuentran alacranes bajo la sábana
y su cama flota como sobre un lago.

Los amorosos son locos, sólo locos,
sin Dios y sin diablo.
Los amorosos salen de sus cuevas
temblorosos, hambrientos,
a cazar fantasmas.
Se ríen de las gentes que lo saben todo,
de las que aman a perpetuidad, verídicamente,
de las que creen en el amor
como una lámpara de inagotable aceite.

Los amorosos juegan a coger el agua,
a tatuar el humo, a no irse.
Juegan el largo, el triste juego del amor.
Nadie ha de resignarse.
Dicen que nadie ha de resignarse.
Los amorosos se avergüenzan de toda conformación.
Vacíos, pero vacíos de una a otra costilla,
la muerte les fermenta detrás de los ojos,
y ellos caminan, lloran hasta la madrugada
en que trenes y gallos se despiden dolorosamente.

Les llega a veces un olor a tierra recién nacida,
a mujeres que duermen con la mano en el sexo,
complacidas,
a arroyos de agua tierna y a cocinas.
Los amorosos se ponen a cantar entre labios
una canción no aprendida,
y se van llorando, llorando,
la hermosa vida.


Si leer Los amorosos ya duele, escucharlo en voz del propio Jaime Sabines es otra cosa: es como si cada palabra viniera con la respiración del poeta. 

El Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, junto con el Instituto Nacional de Bellas Artes, grabó esta lectura que puedes ver aquí:

¿Qué dice en realidad Los amorosos?

O dicho de otra forma: ¿qué carajos quiso decir Sabines con todo esto?

A ver, Sabines no está hablando de los románticos cursis ni de los que creen en el amor eterno. Él se mete con los que sienten demasiado, los que cargan el amor como un incendio que nunca se apaga. En sus palabras: “los amorosos andan como locos porque están solos, solos, solos”. Esa repetición no es adorno: es martillazo, insistencia en que la pasión no llena, solo multiplica la soledad.

Los amorosos son buscadores eternos: buscan, esperan, se entregan… pero nunca encuentran. El amor no los salva, los devora. Sabines los pinta como insaciables, como hidras con serpientes en los brazos, condenados al insomnio porque “si se duermen se los comen los gusanos”. El amor aquí no es refugio: es hambre, vacío, espanto en la cama que flota como un lago.

No hay paz en este poema. Hay vigilia, cuerpos exhaustos, un juego imposible: “juegan a coger el agua, a tatuar el humo”. Eso es amar para Sabines: un movimiento sin descanso, un deseo que nunca se sacia, una condena que se vive con la piel y con los huesos.

Podríamos quedarnos en lo visceral —y el poema lo permite—, pero sería caer en lo que Cortázar llamaba la trampa del puro “sentir”. Sabines no solo lloró en la página: eligió repetir, machacar, cortar las frases como si fueran golpes de tambor. Esa técnica hace que lo sintamos como verdad. El poema vibra entre lo coloquial (“los amorosos callan”) y lo mítico (“los amorosos son la hidra del cuento”), y en ese vaivén logra que la emoción no se vuelva sensiblera, sino poética.

¿Por qué este poema me pega tan raro?

Como te dije al inicio: “Los amorosos somos todos”. O eso parece. Porque la mayoría hemos sentido lo que aquí se describe. Pero quizá me arrepiento: no somos todos. Solo los que hemos amado hasta quemarnos, los que nos desvelamos con alguien en la cabeza, los que entendemos que el amor duele tanto como enamora. A esos nos toca de lleno.

Y es que Sabines no suaviza. Sus imágenes no son de postal romántica, son de pesadilla íntima: “los amorosos son la hidra del cuento”, “si se duermen se los comen los gusanos”, “encuentran alacranes bajo la sábana”. La cama, que debería ser refugio, se vuelve un lago oscuro. Los brazos se llenan de serpientes. El insomnio es sentencia. Cualquiera que haya amado hasta la obsesión entiende ese miedo: que el amor no dé paz, sino desvelo.

Los símbolos que aparecen también nos tocan porque son brutales y, al mismo tiempo, universales. El gusano es la muerte rondando. El agua y el humo son lo imposible de atrapar, como un amor absoluto que siempre se escapa. La hidra es el deseo que se multiplica, que nunca se sacia. No hace falta teoría literaria para entenderlo: cualquiera que haya querido hasta el cansancio sabe que se parece a eso.

Y el tono es la estocada final. Sabines no habla como profesor de poesía: habla como un amigo confesando con un cigarro en la mano. “Los amorosos callan”, “los amorosos andan como locos”. Pero de pronto, sin aviso, eleva la voz hasta sonar mítico: “la muerte les fermenta detrás de los ojos”. Ese vaivén —del bar al conjuro, de la charla a la maldición— es lo que hace que este poema nos pegue tan raro: cercano y brutal al mismo tiempo, como una verdad que preferirías no escuchar pero que reconoces en tu propia piel.

¿Quién era Sabines y por qué escribía así?

Jaime Sabines nació en Tuxtla Gutiérrez, Chiapas, en 1926, hijo de Julio Sabines, un inmigrante libanés que llegó a ser mayor del Ejército, y de Luz Gutiérrez, parte de la aristocracia chiapaneca venida a menos tras la Revolución. De niño escuchaba las historias de Las mil y una noches que su padre le contaba, y ahí tuvo su primer contacto con la literatura.

Llegó a la Ciudad de México para estudiar Medicina en la UNAM, pero pronto lo dejó. Entró a Lengua y Literatura Españolas y asistió a clases de Julio Torri y Enrique González Martínez. Fue parte de la llamada Generación del Medio Siglo, junto con Rosario Castellanos, Emilio Carballido y Dolores Castro, entre otros. Desde entonces Sabines se asumió como un “escribano de la vida”: alguien que no buscaba adornar, sino decir lo que dolía y lo que ardía.

Por eso Los amorosos suena como suena: no hay rosas, hay gusanos; no hay sonetos pulcros, hay frases que parecen dictadas en una madrugada de insomnio. Él mismo decía que confundían su sencillez con simpleza, que le reprochaban descuido cuando en realidad buscaba cercanía. Y claro, no todos lo amaron: hubo críticos que lo tacharon de sentimental, de melancólico fácil, de demasiado popular. Pero ahí está el filo: Sabines incomoda porque habla sin permiso, porque no decora la herida.

Al mismo tiempo, otros lo elevaron. Octavio Paz lo llamó “una voz inconfundible” y lo describió como un poeta instalado en el caos, con risa de aullido y ternura colérica. José Emilio Pacheco, siempre severo, escribió: “Sabines se equivoca como todos, pero acierta como pocos”. Eduardo Lizalde reconocía en él una energía y una originalidad fuera de serie. Y críticos como Rogelio Guedea han señalado que, debajo de su lenguaje llano, palpitan los grandes temas: la muerte, Dios, el tiempo.

Sabines escribía así porque no sabía ni quería hacerlo de otra manera. Vivió entre lo cotidiano y lo trágico, entre la risa y la herida, convencido de que la poesía no debía sonar como en los libros de texto, sino como en la piel.

¿Qué significa Los amorosos hoy?

Setenta años después de haber sido escrito, Los amorosos no envejeció: mutó. Hoy se lee como un espejo incómodo en medio de un mundo obsesionado con la autoayuda, el amor propio y las “relaciones sanas”. Mientras Instagram y TikTok venden recetas para la pareja perfecta, Sabines te recuerda que el amor también es insomnio, vacío y un hambre que nunca se sacia.

En tiempos de ansiedad crónica, el poema pega doble. Esa sensación de “buscar y no encontrar”, de “esperar sin esperar nada”, es la misma que sentimos cuando pasamos horas deslizando en apps de citas o cuando nos quedamos mirando el celular esperando un mensaje que no llega. El insomnio de Sabines es nuestro scroll infinito.

Y sin embargo, ahí está el poema en bodas, en discursos de amor eterno, en tatuajes compartidos en Pinterest. La paradoja es deliciosa: usamos un poema sobre la imposibilidad del amor para celebrar el amor. Esa apropiación cultural lo convierte en un clásico vivo, porque funciona en dos planos: como maldición y como mantra.

Leer Los amorosos en esta era es aceptar que el amor no se domestica. Que debajo de los discursos wellness y de los hashtags motivacionales sigue latiendo lo mismo que vio Sabines: la certeza de que amar es perder la calma, quemarse y quedarse vacío. Y tal vez, justo por eso, seguimos volviendo a él.

Versos que se te quedan tatuados

Hay poemas que se olvidan apenas cierras el libro. Los amorosos no. Estos versos se te clavan, quieras o no, y acaban funcionando como tatuaje, mantra o condena.

“Los amorosos callan.”

El poema arranca así, con un silencio que es más fuerte que cualquier declaración. Amar no es gritarlo: es guardarlo hasta que duele.

“Los amorosos andan como locos porque están solos, solos, solos.”

Repetición como martillo. La soledad multiplicada. No hay compañía que alcance cuando el amor es exceso.

“Si se duermen se los comen los gusanos.”

El insomnio como destino. El amor aquí no es descanso: es vigilia eterna, como estar siempre al borde de la muerte.

“Los amorosos juegan a coger el agua, a tatuar el humo.”

La metáfora perfecta de lo imposible. Intentar atrapar lo inasible. Sabines lo dice sin adornos: amar es perder siempre, pero seguir jugando.

“La muerte les fermenta detrás de los ojos.”

No hay ternura sin podredumbre. Sabines nos recuerda que en cada deseo late la cuenta regresiva de la muerte.

Preguntas incómodas que seguro ya te hiciste

¿Cuándo lo escribió Sabines?

Los amorosos se escribió hacia 1949, cuando Sabines estudiaba en la UNAM. Se publicó por primera vez en 1950, dentro de su libro Horal, su debut poético.

¿En qué libros lo encuentras?

Además de Horal (1950), el poema aparece en múltiples ediciones de su obra reunida —por ejemplo en Nuevo recuento de poemas (1977)— y en prácticamente todas las antologías de Sabines. Es uno de sus textos más reeditados.

¿Es un poema romántico o desgarrado?

Más desgarrado que romántico. Habla de insomnio, de gusanos y de soledad repetida tres veces. Lo raro es que en ese dolor también hay ternura.

¿Cuál es el tema principal?

El amor entendido como hambre insaciable y vacío constante. Sabines no habla de finales felices, habla de los que buscan, esperan y nunca encuentran.

¿Por qué muchos lo leen en bodas si parece una maldición?

Porque tiene frases poderosas, fáciles de recitar, y porque nos gusta romantizar hasta lo que duele. En bodas suena a compromiso eterno; en realidad, es advertencia.

¿Qué recursos literarios usa (sin aburrir)?

Estos, querido lector: 

  • Repetición: “solos, solos, solos” martilla la idea de aislamiento.
  • Metáforas e imágenes crudas: gusanos, alacranes, hidras, serpientes para hablar del amor.
  • Antítesis: amor como refugio imposible, ternura mezclada con muerte.
  • Tono coloquial: frases que suenan a conversación cotidiana (“los amorosos callan”).
  • Enumeración caótica: series de acciones que transmiten ansiedad (“esperan, no esperan nada, pero esperan”).

Si quieres seguir leyendo a Sabines más allá de Los amorosos, pasa por acá: Poemas de Jaime Sabines.

El eco que deja Sabines

Lo dijo Cortázar y aquí encaja perfecto: la poesía no se trata solo de sentirla hasta quedar despeinado frente al mar. También hay que pensarla, masticarla, ver cómo está hecha. 

Con Sabines ocurre lo mismo: te revienta en la piel, sí, pero también exige que entiendas por qué. Y justo ahí —en esa mezcla de insomnio y lucidez— Los amorosos sigue vivo. Porque no basta con llorarlo; hay que razonarlo, volverlo a leer, volverlo a romper.

PAÍS LECTOR
ES UNA
SIMULACIÓN