Alimentar al algoritmo
Sobre intentar ser escritor y terminar haciendo reels
Una noche lo decidí: tengo que dejar de crear contenido para escribir. No tenía más ideas. No tenía más ánimos de hacerlo. Y ya no estaba escribiendo.
Había dejado mi trabajo, mi rutina anterior, todo para ser escritor. Pero ahí estaba, atrapado entre aplicaciones de edición, luces artificiales y el diseño de carruseles. Mientras grababa videos, recortaba citas y elegía canciones de fondo, mi narrador interno no dejaba de insistir: esto no era lo que había venido a hacer.
Y podría apostar todos los escritos que hice en esos días —cero— a que es un fenómeno común entre artistas, escritores, músicos, ilustradores: todos entramos al juego del contenido con una idea noble —dar a conocer nuestro trabajo—, y sin darnos cuenta, nos convertimos en creadores de contenido a tiempo completo. En algún punto, la balanza se inclina. Y el arte queda relegado.
Bienvenido al mundo del creador de contenido:
Publica dos veces al día.
Publica diez veces al día.
La mejor hora es en la mañana. No, en la tarde. O quizá en la noche.
Usa un gancho.
Agrega subtítulos.
Subtítulos al centro. Subtítulos al final.
Baila.
Actúa.
Haz comedia.
Sigue el trend.
Haz un llamado a la acción.
Define tu público.
Crea una identidad.
Sé un personaje.
Desarrolla tu marca.
Elige un nicho.
Usa sonidos.
Elige la canción del momento.
Haz carruseles.
Haz reels.
Publica en TikTok.
Y en Twitter (X).
Y en Instagram.
Y en Facebook.
Y en YouTube.
Haz tu página web.
Crea un newsletter.
Convierte tu artículo en video.
Convierte tu video en artículo.
Alimenta el algoritmo.
Hackea el algoritmo.
Entiende el algoritmo.
Alimenta el algoritmo.
Durante un tiempo, lo hice todo. Con disciplina, con entusiasmo incluso. Y sí, lo admito: me gustan las redes sociales. Descubro música, películas, ideas. Soy probablemente el mayor coleccionista de memes sin sentido de esta ciudad. Pero una cosa es consumir contenido. Otra es vivir para producirlo.
El punto de quiebre llegó cuando ya no disfrutaba lo que hacía. Trabajaba más que nunca. No ganaba nada. Y lo peor: me dejó de gustar mi propio contenido.
Empezaron a surgir páginas iguales a la mía. No me molestaba que me copiaran. Me molestaba ser genérico. Lo mío era fácil de reproducir. Copiar y pegar una cita, recortar el rostro de un autor, montar un fondo. ¿Dónde estaba mi voz?
Decidí detenerme. Y al hacerlo, volví a escribir. Volví a sentirme yo. Recuperé tiempo libre, claridad, ingresos, dirección. Conseguí trabajo escribiendo. Volví a sentir que tenía algo que decir.
Y sí, voy a volver a crear contenido. Pero sin perseguir likes ni seguidores. Sin estrategias para viralizarme. Con otra intención. Quiero hacer lo que me gusta, y que resuene con quien tenga que resonar. Escribir primero. Siempre escribir primero.
No quiero que se me malinterprete: las redes son una gran herramienta. Hay quienes han encontrado ahí su camino, su audiencia, su voz. Pero también hay quienes, como yo, se han extraviado en ese laberinto brillante y agotador. Quizá no sea el medio. Quizá existan otros. No lo sé.
Solo sé esto: no hay que dejar de hacer lo que nos gusta.
Y a veces, eso implica algo tan simple —y tan difícil— como dejar de alimentar al algoritmo.