Un viaje que tenía planeado a Argentina me ha distraído un poco de la lectura de cuentos y novelas, pero, mi reciente visita a la casa en la que vivió Julio Cortázar, un desayuno en el café Rayuela y la lectura en el aeropuerto de una compilación de cartas suyas, me hizo querer leer un poco de su poesía.
Por lo anterior, me encontré con “Salvo el crepúsculo” y leí unos cuantos poemas hasta llegar a “Bolero” del cual mi estrofa favorita es:
La lenta máquina del desamor
los engranajes del reflujo
los cuerpos que abandonan las almohadas
las sábanas los besos
y de pie ante el espejo interrogándose
cada uno a sí mismo
ya no mirándose entre ellos
ya no desnudos para el otro
ya no te amo,
mi amor.
Es fácil empatizar con el amor y es doloroso hacerlo con el desamor. Las sonrisas que recordamos lastiman y cada risa retumba en la mente para derramar las lágrimas que guardamos el tiempo que duró la felicidad. Y precisamente, este poema describe el momento en que todo acaba en una relación. La guerra perdida, la derrota aceptada y la duda constante que termina por concluir que el amor ha terminado.
Existen personas que dicen que las lecturas nos llegan cuando las necesitamos; para mí, que padezco de “realismo crónico”, estas son meras coincidencias. La lectura aparece y el sinfín de situaciones dentro de nuestra mente aprovechan para recoger el significado. Con esto no quiero decir que la lectura no tenga un efecto: lo tiene y en gran medida. Solo no es algo mágico o una cuestión del destino que nos lleguen las palabras que necesitamos, es una coincidencia provocada por las grandes mentes que las escribieron y supieron plasmar lo que nosotros no hubiéramos podido.
Cortázar me dio estas palabras y me hace sentir menos solo. Crear este poema trascendió al 2022 y terminó por darme la respuesta que desesperadamente busqué en estos meses. La realidad que fui incapaz de aceptar.
No me siento más cerca de Cortázar ahora que estoy en Argentina, a pesar de quizá haber pisado el mismo suelo que él alguna vez pisó. La realidad es que el único medio directo para revivir a Cortázar está en sus letras y es ahí, cada vez que abro un libro suyo que realmente lo siento cerca.
No obstante, es inevitable no sentir la belleza de Buenos Aires, el olor a asado, la peculiaridad de sus casas y ese acento tan característico de los porteños que me hace sonreír.
Como en el artículo pasado, lamento no dar un estudio profundo sobre la composición del poema. Pero, me encanta la forma en que está escrito. Las tres estrofas componen una estructura sencilla que plasma el problema, la reflexión y la solución. De manera sutil, Cortázar las presenta como “Por ahí un papelito que solamente dice:” e “Y este fragmento:”. En este último tira el último golpe y brutalmente asesina al amor.
Te comparto un fragmento de una carta que le escribió Cortázar a Eduardo Hugo Castagnino el 27 de mayo de 1937:
«La poesía la siento, no la razono», dices. Perfectamente aceptado, mientras no pase de frase elegante —como todas las tuyas— pero inadmisible si intentas darle valor ético, valor de conducta ante la poesía. Piensa, carísimo, que si te dedicas a sentir la poesía, y te guardas la razón para las ciencias naturales o la geometría, acabarás frente al mar, totalmente despeinado, a la triste manera del vizconde de Chateaubriand. Será el tuyo un final a lo Hugo o a lo Musset. Y para rematar, a lo Lamartine, que es la apoteosis del puro sentir… y del absoluto vacío intelectual. Yo te invito a que medites en la actitud meramente «sensible» ante una poesía, y verás algo sumamente curioso. Ante todo, que es una concepción romántica, y romántica furiosa, lo cual es ya más lamentable. Olvidarse de las facultades intelectuales, de todas esas admirables casillitas que tan bien suele describir Fatone —para no mencionar a Kant, que trae rigidez alemana a mi carta— significa ser, sí, «sensible», pero significa algo peor, a la luz de la poesía moderna: ser «sensiblero». Y yo sé perfectamente que tú no tienes de sensiblero ni la vereda de tu casa.
Ergo, aunque trates de negarlo, tú razonas la poesía, lo cual no quita que la sientas. Precisamente, el equilibrio estaría —a mi parecer— en crear una poesía que reflejara estados interiores —ya que eso es, al fin, todo lo que puede reflejarse en este mundo— pero sublimados, embellecidos en el crisol de una expresión personal. Algunos suelen llamar a esto último la técnica del poeta. Yo protesto contra el vocablo y creo que es mejor seguir utilizando el de «expresión poética». Mallarmé tenía una expresión simbólica. Baudelaire, una expresión menos oscura, más «humana». Neruda es algebraico. Pero si alguna vez has entrevisto tú en esa obra del chileno cierta consistencia poética, ¿no vale la pena estudiar su lenguaje, su instrumental, para seguir la caza codiciada?
Ya sea que razones, o sientas la poesía, o ambas cosas, espero te guste este poema.
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