El error como forma de vida
Un breve recordatorio de que lo harás mal...varias veces
Desde que supe que quería ser escritor, me propuse algo: quiero escribir bien.
Y con el tiempo, esa meta se transformó en una trampa: quiero escribir perfecto.
Pensaba que mis textos solamente tendrían valor si eran impecables en su forma. No buscaba emocionar, sino deslumbrar por la estructura. Me obsesioné.
Acentos.
Graves, agudas, esdrújulas.
Coma vocativa.
Sintaxis.
Gramática.
Ortografía.
Vicios de dicción.
No seas redundante.
Consulta la RAE.
Corrige a las personas.
Superioridad intelectual.
Por supuesto, no lo logré. La perfección no llegó nunca. Y cada error —por mínimo que fuera— me hacía sentir un fraude. Un error en una publicación de Instagram, en un correo, en un mensaje, y mi cabeza reproducía ese dialogo interno que solo repetía: “Qué estúpido. Así jamás serás escritor.”
La cosa se intensificó con País Lector, mi proyecto de fomento a la lectura. Se volvió una lupa sobre cada palabra. Una condena a redactar sin margen de error. Aún recuerdo cuando mandé un correo con "recivir" en lugar de "recibir". El odio que sentí hacia mí mismo me dio miedo. Literalmente miedo.
Pero… ¿qué estaba pasando realmente?
Miedo.
Eso era.
Un miedo que tal vez tú también conoces. La obsesión por escribir perfecto era mi escudo. Una forma de blindarme contra la crítica. Pensaba: “Podrán decir que mi idea es tonta, pero no podrán negar que está bien escrita.”
Y ese patrón se replicaba en mi vida entera. Para evitar errores, sobreanalizaba todo: la carrera, el trabajo, el emprendimiento. Me convencí de que si reunía suficiente información, nada saldría mal.
Todo salió mal.
Me equivoqué de carrera. Tres veces.
Me equivoqué de trabajo. Y me dolió por años.
Dejé las finanzas y decidí ser escritor.
Y lo más doloroso: dejé de escribir para no hacerlo mal.
Hoy, con poco más de treinta años, entiendo que no podemos escapar de los errores. Todos seremos ese imbécil que lo hace mal en algún momento. Pensaremos en azotar la cabeza contra la pared mientras repetimos “tonto, tonto, tonto…” —y de nada servirá. Porque volveremos a equivocarnos. Porque ser humano es ser idiota, y hay que aceptarlo si queremos crecer, aprender, encontrarnos.
Y también descubrí esto: la escritura no solo necesita ideas brillantes ni estructuras perfectas. Necesita tripas. Necesita furia. Hay que romper el teclado, vomitar las palabras, borrarlo todo y volver a empezar. Porque como escritores hay que deshacernos de esto que tenemos dentro para dejar que invada las entrañas de nuestros lectores.
Este mundo no necesita textos perfectos.
Necesita textos vivos.
Necesita errores.
Errores humanos.
Errores creativos.
Errores que revelan.
No estoy diciendo que seas un villano eh.
No vayas por ahí cometiendo errores que cuesten vidas.
Pero sí comete los que te cuesten el ego.
Los que te obliguen a crecer.
A elegir mejor.
Hoy me resulta curioso:
Los textos más humanos tienen errores.
Los perfectos los escribe la inteligencia artificial.
Así que hazlo.
Hazlo mal.
Hazlo mal mil veces.
Porque solo así —quizá— un día, lo harás bien.