Debo de admitir que cuando empecé a leer a Edgar Allan Poe no sentí realmente aversión hacia sus cuentos. Claro que, no había leído todos; sin embargo, esperaba que desde un principio aquel siniestro autor me impactara. Una misión que consideraba compleja, pues, en temas sobrenaturales soy totalmente escéptico. Por otro lado, sin saberlo, descubrí que tengo sensibilidad literaria a los temas de violencia. Fue de esta forma que el cuento “El gato negro” me golpeó directo en el estómago.
La historia no es en sí compleja. Es, tal vez, poco creíble. No por el suceso en sí, la razón es que el narrador es poco fiable, quien desde un principio nos dice: <<No espero ni pido que alguien crea en el extraño, aunque simple relato que me dispongo a escribir. Loco estaría si lo esperara, cuando mis sentidos rechazan su propia evidencia. Pero no estoy loco y sé muy bien que esto no es un sueño>> De esta forma, el protagonista narra parte de su infancia donde hace énfasis en su afición hacia los animales y el enorme cariño que les profesaba. Posteriormente, nos habla de un cambio en él. Una especie de maldad se apodera de él. Bueno, resulta torpe pensar lo anterior: ninguna maldad se apoderó de él. Toda la responsabilidad es de el protagonista y no de ninguna fuente de maldad externa. Es él quien elige hacerse perverso. Pecar por la única razón de hacerlo: causar daño.
Es a partir de esa trasformación que la historia se torna…violenta. El protagonista comete crímenes atroces. Y aquí surge ese Poe siniestro que jamás creí que me golpearía con fuerza con sus letras violentas. Despertando una sensibilidad que creía en mí inerte. Que ahora deja en mi mente imágenes perturbadoras y un desprecio hacia el protagonista. Un cuento que -como dijo Kafka- terminó por ser el hacha que rompió el mar helado dentro de mí. Una catarsis inesperada.
Agradezco siempre que la literatura me haga sentir. Esa es una de las cualidades más hermosas de la vida: la admiración hacia aquello que nos hace sentir. El arte, la música, la literatura, la fotografía o el cine. Breves historias que nos atraviesan el alma. La admiración a lo bello; la repulsión ante lo perverso. La complicidad entre la ficción y la realidad; el puente frágil que las separa, y, que a la vez, las une.
Finalmente, quiero dejar claro que, no es necesario que se admire una historia así. La aberración que produce es una respuesta natural, y, quienes desprecien la existencia de este cuento tendrán sus justas razones para hacerlo. Quienes gusten de su contenido literario, deberán también en principio, haber rechazado lo que sucede; pero, habrán apreciado el tener un encuentro siniestro dentro de los anales de la ficción perversa.