Ningún poema he leído tanto como "Embriagaos”, de Charles Baudelaire. Ya sea para justificar mi (afortunadamente) antiguo alcoholismo o para incrementar mis ánimos por la lectura. Reconozco que la parte de la virtud casi siempre la he ignorado, quizá porque ser virtuoso nunca ha estado en mis planes. Sin duda, he hecho de este poema una lectura a mi conveniencia.
Para volverte cómplice, querido lector, te comparto el poema:
Hay que estar siempre borracho. Todo consiste en eso: es la única cuestión. Para no sentir la carga horrible del Tiempo, que os rompe los hombros y os inclina hacia el suelo, tenéis que embriagaros sin tregua.
Pero ¿de qué? De vino, de poesía o de virtud, de lo que queráis. Pero embriagaos.
Y si alguna vez, en las gradas de un palacio, sobre la hierba verde de un foso, en la tristona soledad de vuestro cuarto, os despertáis, disminuida ya o disipada la embriaguez, preguntad al viento, a la ola, a la estrella, al ave, al reloj, a todo lo que huye, a todo lo que gime, a todo lo que rueda, a todo lo que canta, a todo lo que habla, preguntadle la hora que es; y el viento, la ola, la estrella, el ave, el reloj, os contestarán: «¡Es hora de emborracharse! Para no ser esclavos y mártires del Tiempo, embriagaos, embriagaos sin cesar. De vino, de poesía o de virtud; de lo que queráis.»
Este poema fue publicado originalmente en El spleen de París (1931), obra de Charles Baudelaire, y presentado aquí en una traducción al español por Enrique Díez Canedo.
En País Lector, a veces una sola traducción no basta. Así que, también te comparto una versión más apta para nosotros los latinoamericanos:
Hay que vivir siempre borracho. Esa es la única cuestión importante. Para no sentir la horrible carga del Tiempo que les rompe la espalda y los inclina hacia el suelo, tienen que embriagarse sin parar.
Pero, ¿de qué? De vino, de poesía o de virtud, de lo que quieran. Pero emborráchense.
Y si un día, en las escaleras de una plaza, en la hierba de un parque, en la mesa de un café o en la tristeza de su cuarto, se despiertan y sienten que la embriaguez ya pasó o casi desapareció, pregunten al viento, a la ola, a la estrella, al pájaro, al reloj, a todo lo que corre, a todo lo que gime, a todo lo que gira, a todo lo que canta, a todo lo que habla, pregúntenles qué hora es; y el viento, la ola, la estrella, el pájaro, el reloj les contestarán: ¡Es hora de embriagarse!
Para no ser esclavos martirizados por el Tiempo, emborráchense siempre. De vino, de poesía o de virtud, como más les guste, pero emborráchense sin parar.
La fuerza de este poema es clara: invita a vivir apasionadamente. La negación ante la frase maternal que te recuerda “todo en exceso es malo”. Y es posible. Después de emborracharnos de vino, puede que terminemos con resaca. Si nos emborrachamos de poesía, la resaca será de significado. Y si nos emborrachamos de virtud, nos sentiremos abusados en un mundo injusto.
Pero, a veces es necesario. Hay que llenarnos de lo que nos gusta. Hay que apasionarse de algo. Sin pasión no somos nada. Baudelaire hace un llamado a disfrutar y a excedernos. A encontrar la respuesta ante el martirio de lo cotidiano. A resistir a través de nuestras pasiones.
Me gusta leer este poema porque refuerza mi amor por los libros, por la literatura y por la escritura. Me hace querer beber vino un lunes por la mañana. Luego recuerdo que no debo tomar el poema tan en serio. Dejo la botella —mejor dicho, la guardo—, tomo un libro, ¡y me emborracho de poesía! De Rimbaud y sus colores, de Pizarnik y su tristeza, de Ginsberg y su rabia, de Mistral y su ternura, de Pessoa, Whitman y Storni en cada verso.
¿Y qué es exactamente no sentir el tiempo? Para mí, la pesadez del tiempo viene del pasado y del futuro. La preocupación de nuestros errores pasados y los que cometeremos. Es la idea constante de que algo puede salir mal. Y saldrá mal, como nos ha pasado anteriormente. Emborracharse de pasiones es anestesiar el miedo y abrazar el presente. Y aunque la vida no siempre salga como queremos, aquí estamos, embriagados, porque sentir siempre es mejor que no sentir nada.
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