La semana de colores de Elena Garro

Un cuento sobre los días de la semana

La semana de colores de Elena Garro

Hay algo más allá de la prosa poética de Elena Garro que siempre termina por cautivarme. Es un estilo inteligente, pero cargado de inocencia y ternura. Es como el amor que no es, pero que tampoco termina: una nostalgia sin final, pero con la esperanza de que algún día el dolor culmine.

Por esto siempre recomiendo que la lean, que la leas. No espero que a todos les guste como a mí; sería una idiotez pretender eso. Sin duda, habrá quienes no sientan nada con sus textos, pero será satisfactorio que quizá seas tú otra de las personas a las que es capaz de tocar con sus letras.

Recientemente leí el cuento de La semana de colores y como en algunas otras historias de sus cuentos, Elena Garro nuevamente juega con el tiempo. Aquí, dos niñas alternan los días de la semana: salteados o repiten hasta un viernes por cinco días seguidos. Cada día tiene características propias y las niñas desarrollaron su propia percepción del tiempo. Esto resulta tierno, noble e incluso divertido. El poder de la imaginación para desdoblar un concepto tan complejo y destrozan el orden de los adultos, ese que cuando crecemos aceptamos.

Las semanas no se sucedían en el orden que creía su padre. Podían suceder tres domingos juntos o cuatro lunes seguidos. Podía suceder también lunes, martes, miércoles, jueves, viernes, sábado y domingo; pero era una casualidad. ¡Una verdadera casualidad! Era mucho más probable que del lunes saltáramos bruscamente al viernes y del viernes regresáramos al martes.
       —Yo quisiera que siempre fuera jueves —pidió Leli.
       —Yo pediría martes —contestó su hermana.
       El jueves y el martes eran los mejores días.
       —Ya van cinco viernes seguidos —dijo Leli haciendo un gesto de desagrado.
       Su padre la miró.
       —Es una vergüenza que todavía no sepas los días de la semana.
       —Sí los sabemos —protestó Evita.

Lo perturbador viene después, cuando las niñas se deciden a visitar a don Flor, quien les muestra la personificación de cada día. De lunes a domingo, a cada una la presenta como una mujer con un pecado y una virtud. Es cruel y se expresa de manera denigrante sobre cada una de ellas e incluso, se muestra como el reformador o el justiciero que impone la penitencia que merecen.

En el cuarto sólo había un olor terrible. No sabían si agradable o desagradable. De uno de los muros rojos colgaban unos collares de conchas negras.
       —¿Ven? El Domingo no está, se fue a la feria con los otros Días.
       —No, no está —respondieron las niñas.
       Don Flor se acercó a tocar las conchas negras, luego se volvió a ellas.
       —De todas es la más mala: lujuriosa y despilfarrada. No he podido acomodarle la virtud que le atajaría el vicio.
       El hombre movió la cabeza y dio de vueltas a los anillos que llevaba en los dedos. Volvió a mirarlas con los ojos secos.
       —Cuando me toca visitarla, me hace sudar sangre, pero yo también se la saco. La dejo rayada a chicotazos… ¿La oyen…? Me está llamando. ¡Óiganla! ¡Óiganla llorar llamándome! Ama el placer y los vicios…

Desde mi percepción, este cuento tiene dos lecturas. La primera puede hacerse desde la imaginación de las niñas; el mundo visto tras los ojos de la inocencia. Las cosas en la infancia a veces están dotadas de fantasía y la realidad es otra. Por eso las niñas se divierten con el tiempo, lo entienden a su manera y en su esfuerzo por entender forman a los días con características. Podemos ver todo a través de los ojos de las niñas y proyectar todos los colores y olores descritos. Pero aquí, la literalidad no nos servirá para descifrar lo que sucede. La realidad es más cruel. El mundo de la adultez siempre termina por irrumpir y corromper.

La otra consiste en prestar atención a los detalles: el olor a alcohol de don Flor, la presencia física de los “días” y el énfasis en que son mujeres que —según él— merecen un castigo. Las visitas de la gente que calma sus penas con ellas, con los días. Así se revela el mundo de los adultos; los colores se caen y lo hilarante se vuelve aterrador. No se necesitan de monstruos o fantasmas en la realidad, las mismas personas se encargan de las atrocidades. Los días son mujeres y están a la merced del don Flor; se rebelan, pero son castigadas y se entregan —obligadas— a complacer. La realización le llega pronto al lector y descubre lo que sucede.

Las niñas querían irse. Cada palabra de don Flor olía a alcohol y salía agrandada de su boca. El hombre, sin hacerles caso, las llevó al cuarto de Viernes.

Me encanta la genialidad de Elena Garro, por esta razón es una escritora que no me cansaré de recomendar. He vivido en carne propia lo que pueden causar sus historias: la nostalgia del tiempo, la inocencia y la estocada que desangra por el dolor del que nos hace cómplice con sus personajes.

Puedes leer el cuento aquí: La semana de colores.

El cuento la semana de colores se encuentra en el libro de nombre homónimo publicado en 1964.

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