Probablemente todos, en algún momento, hemos creído que el otro es más estúpido que nosotros. Más ignorante. Más desubicado. Más imperfecto. Y que, quizá —solo quizá— si pensara como nosotros, el mundo sería un lugar mejor.
Ese juicio automático —a veces sutil, a veces rabioso— aparece en todo: música, política, religión, comida, libros. Nos gusta creer que nuestros gustos y opiniones son la medida de lo correcto, y que lo del otro... está mal. Lo curioso es que ese “otro” piensa exactamente lo mismo. Nosotros somos esa persona estúpida dentro de las convicciones de alguien más.
Y este fenómeno, que por momentos me resulta divertido y por otros profundamente alarmante, se amplifica en internet. Ese lugar donde la gente ha perdido toda noción de pudor. Ahí donde cualquiera —desde un físico cuántico hasta un adolescente sin filtro— puede ser contradicho con absoluta convicción. No importa el tema ni el nivel: todos tienen algo que decir, incluso cuando no hay nada que aportar.
Yo también lo creí. Creí que mi inteligencia me ponía por encima. Que si todos fueran como yo, el mundo sería más racional. ¡Vaya idiotez ególatra! Creía saber más, entender más, y me convencí de que la culpa de todo era del mundo incompetente, no mía.
Y entonces creí en el pensamiento crítico. Creí que eso nos salvaría: una legión de personas objetivas, analíticas, razonables. Pensadores capaces de debatir sin sesgos, de elevar la conversación. ¡La cumbre de la inteligencia!
Ahora no estoy tan seguro. Tal vez mi visión se volvió más compleja, o simplemente más humana. Entiendo que todos cargamos una dosis de estupidez. Que nuestros sesgos son inevitables, que nuestra biografía —dónde nacimos, cómo crecimos, qué temimos— moldea lo que creemos. Nuestros sesgos no se borran, apenas se gestionan. Y que todos, sin excepción, somos capaces de decir cosas brillantes… y estupideces monumentales.
Y tal vez esa sea la condena: no hay pensamiento absolutamente libre de estupidez.
Nunca sabremos todo. Nunca entenderemos del todo. Pero debemos aceptar eso. Y ser compasivos con nuestra ignorancia, sin dejar de ser firmes cuando la estupidez toma forma de odio, de censura, de violencia.
Entonces aparece la paradoja de la tolerancia. ¿Debemos tolerar lo intolerable? ¿Dónde está el límite entre la compasión y la complicidad?
Mi cabeza explota. Y entonces, vuelvo al principio. A nuestra eterna condena.
En esta era de inteligencia artificial, pensar se ha vuelto urgente. Dudar también. Porque todo es más convincente, más bien presentado, más falsificable. La estupidez hoy es peligrosa, no por sí misma, sino porque ahora viaja más rápido, más pulida, más viral.
¿Entonces qué hacemos? ¡Qué hacemos, carajo! Pensar. Es lo único que queda. Pensar por nosotros mismos. Aceptar nuestra estupidez y esperar que otros también lo hagan. No imponer, no evangelizar, no golpear con verdades absolutas. Porque ni siquiera sabemos si el otro piensa realmente. O si nosotros lo hacemos.
Ojalá tuviera una solución concreta. Pero no la hay. Porque asumir que los demás deben pensar como yo fue, quizás, la mentira más grande que me creí.
Solo nos queda esto: No dejes que piensen por ti. Indaga, investiga, incomódate. Porque ni todo es tan falso como crees, ni todo lo que crees es tan verdadero como parece.
Somos estúpidos. Y ese, quizá, sea nuestro primer acto de lucidez.
Tengo mucho y poco por decir, me ha gustado la forma en la que con toda sinceridad nos mandas a pensar, sea de una u otra parte de nuestra estupidez es lo único que nos queda y sin embargo ya pocos la utilizan.
Me sorprende la manera en como me gusta saborear la forma en la que algunas personas escriben, deja decirte que me ha gustado mucho tu sazón.
Creo siempre cuanto nuestra opinión está basadas datos comprobables, todo bien. No ahí que re inventar la rueda a cada rato, por eso la frase "pararse sobre los hombros de gigantes" porque cosas simplemente no tiene fundamento de esa creencia. Talvez no asumir que las demás personas no tienes fundamento para crear en lo que crean sería lo más apropiado pero las ideas siempre tiene que estar contraste apartir de datos comprobables, veces esta bueno decir nose y ya no es de huevo hacerse una creencia sobre algo que no tiene fundamento