Estoy seguro que uno de los objetivos principales de un escritor es el poder expresar lo que quiere con claridad. Tener esa capacidad para transmitir sensaciones fuertes a través de la sencillez, de lo realista. Crear una historia lo más humana posible que toque las fibras paralíticas del lector. No importa que su historia sea sobre seres inventados, espaciales o futuristas, pero que, al final sus sentimientos puedan ser comprendidos.
Por otro lado, también un escritor se encontentará de encontrar un uso económico del lenguaje. Evitar dar rodeos innecesarios, de enredar al lector. Y, de esta manera Hemingway logró acertar en su narrativa. A través de lo que dice y de lo que no, podemos imaginar más aspectos de la historia. Podemos llenar esos espacios que no menciona.
Aunque no creo que, “Un cuento muy corto” sea un digno ejemplo de su teoría del iceberg, pues, no parece dejar muchos cabos sueltos en esta historia. No obstante, tampoco revela todo. Después de la separación entre el soldado y Luz, no se nos detalla mucho de lo que pasó en sus vidas. Queda ese espacio vacío. Es una rápida transición de lo que fue un amor pasional a un doloroso desenlace.
Y es aquí que viene lo que he tratado de explicar. Lo magnifico en esta narrativa sencilla y realista. Aquí es donde interfiere el lector, donde nos toca completar la historia. Hemingway con apenas unas cuántas líneas rompe con este amorío y un párrafo cruel da el desenlace. Algo que parece breve, algo que irónicamente responde al mismo título del cuento. Un amor efímero como muchos, que parece contarse con pocas palabras; pero que, en la mente de los amantes no se siente así. La tortura es para ellos. Son los amantes quienes sufren el paso lento del tiempo, el que parece breve para nosotros, para ellos se ve como una eternidad. Es lo que tocará las fibras del lector que ha amado, que ha tenido “Un cuento muy corto” en su vida, pero que, internamente duró mucho más. Las noches en vela, las voces en su mente y una ola de pensamientos resultarían en más de mil páginas sangradas. Las que al llegar el día terminan siendo apenas dos o tres páginas.
He ahí la magnificencia en este cuento de Hemingway. Apenas con tan poco ha dicho tanto. Hemos agonizado con Hemingway a través de ese pequeño momento que sabemos duró mucho más.
Finalmente, quiero dejar esta cita de Cortázar de su libro “La vuelta al día en ochenta mundos”:
Detesto al lector que ha pagado por su libro, al espectador que ha comprado su butaca, y que a partir de ahí aprovecha el blando almohadón del goce hedónico o la admiración por el genio. ¿Qué le importaba a Van Gogh tu admiración? Lo que él quería era tu complicidad, que trataras de mirar como él estaba mirando con los ojos desollados por un fuego heracliteano. Cuando Saint-Exupéry sentía que amar no es mirarse el uno en los ojos del otro sino mirar juntos en una misma dirección, iba más allá del amor de la pareja porque todo amor va más allá de la pareja si es amor, y yo escupo en la cara del que venga a decirme que ama a Miguel Ángel o a E. E. Cummings sin probarme que por lo menos en una hora extrema ha sido ese amor, ha sido también el otro, ha mirado con él desde su mirada y ha aprendido a mirar como él hacia la apertura infinita que espera y reclama.
Seamos lectores cómplices.