10 poemas esenciales de Alejandra Pizarnik (textos completos + análisis)
Una breve recopilación de diez poemas cruciales de Alejandra Pizarnik
Alejandra Pizarnik escribió como quien abre una herida para ver si aún queda algo vivo adentro. Cada uno de estos poemas de Alejandra Pizarnik es una batalla entre el silencio y la palabra, entre el deseo de decir y la certeza de que decir no basta.
Esta selección de 10 poemas recorre desde La última inocencia hasta Extracción de la piedra de locura. Cada texto incluye el poema completo más un análisis breve. No hay respuestas en sus versos, solo ecos. Pero hay belleza: rara, filosa, que no adorna sino que hiere con elegancia.
Si te atreves, sigue leyendo.
1. Yo soy
YO SOY…
mis alas?
dos pétalos podridos
mi razón?
copitas de vino agrio
mi vida?
vacío bien pensado
mi cuerpo?
un tajo en la silla
mi vaivén?
un gong infantil
mi rostro?
un cero disimulado
mis ojos?
ah! trozos de infinito
*De La última inocencia (1956)*
Sobre "Yo soy.."
"Yo soy" es el poema de una identidad desintegrada, dicha desde los restos. Pizarnik juega a definirse y fracasa con belleza. Cada verso responde a una pregunta implícita: ¿quién soy?, ¿qué queda de mí?
Las respuestas son fragmentos rotos: alas podridas, vino agrio, un tajo. "Mi rostro? un cero disimulado": la máscara de alguien que ya no está, o que nunca pudo estar entera. No hay exclamaciones, apenas una resignación infantil. Pizarnik no se escribe desde el yo, sino desde su derrumbe.
Texto tomado de [Poesi.as]
2. El miedo
El miedo
En el eco de mis muertes
aún hay miedo.
¿Sabes tú del miedo?
Sé del miedo cuando digo mi nombre.
Es el miedo,
el miedo con sombrero negro
escondiendo ratas en mi sangre,
o el miedo con labios muertos
bebiendo mis deseos.
Sí. En el eco de mis muertes
aún hay miedo.
*De Árbol de Diana (1962)*
Sobre "El miedo"
El miedo no describe un sobresalto. Es una presencia instalada, viscosa, que se mueve dentro del cuerpo como si le perteneciera. Pizarnik no necesita muchas líneas para hacer que el poema pese como una losa. Basta con ese eco —"el eco de mis muertes"— para entender que lo que habla no es una mujer, sino alguien que ha atravesado todas sus versiones muertas.
La voz poética pregunta, pero no espera respuesta: "¿Sabes tú del miedo?" Como si supiera que no. El poema avanza con imágenes que no buscan metáforas bellas, sino punzadas: ratas en la sangre, labios muertos bebiendo el deseo. El miedo es íntimo, orgánico, parte de uno. Aquí tiene sombrero, tiene boca, tiene sed. Es casi una figura humana que habita el poema como un huésped imposible de desalojar.
Texto tomado de Ciudad Seva
3. La de los ojos abiertos
LA DE LOS OJOS ABIERTOS
la vida juega en la plaza
con el ser que nunca fui
y aquí estoy
baila pensamiento
en la cuerda de mi sonrisa
y todos dicen que esto pasó y es
va pasando
va pasando
mi corazón
abre la ventana
vida
aquí estoy
mi vida
mi sola y aterida sangre
percute en el mundo
pero quiero saberme viva
pero no quiero hablar
de la muerte
ni de sus extrañas manos.
*De Los trabajos y las noches (1965)*
Sobre "La de los ojos abiertos"
La de los ojos abiertos es el testimonio de alguien que sobrevive por pura terquedad. No hay épica, solo una confesión con la voz entrecortada de quien no pidió estar aquí pero, sin embargo, se queda. La vida juega con un ser que nunca fue. El yo poético está desfasado del mundo, como si existiera en un tiempo prestado.
El poema se desliza como un péndulo entre el deseo de habitar la vida y la conciencia punzante de no encajar en ella. "Pero quiero saberme viva", dice, casi como una súplica. Y en ese "pero" está todo: el miedo, la distancia, la herida abierta de quien intuye que seguir respirando no garantiza nada. Pizarnik no habla de la muerte con grandilocuencia, sino con un silencio elocuente. Todo el poema es una conversación con la ausencia. Y sin embargo, se sostiene en pie.
Texto tomado de Material de Lectura UNAM
4. La enamorada
La enamorada
esta lúgubre manía de vivir
esta recóndita humorada de vivir
te arrastra alejandra no lo niegues
hoy te miraste en el espejo
y te fue triste estabas sola
la luz rugía el aire cantaba
pero tu amado no volvió
enviarás mensajes sonreirás
tremolarás tus manos así volverá
tu amado tan amado
oyes la demente sirena que lo robó
el barco con barbas de espuma
donde murieron las risas
recuerdas el último abrazo
oh nada de angustias
ríe en el pañuelo llora a carcajadas
pero cierra las puertas de tu rostro
para que no digan luego
que aquella mujer enamorada fuiste tú
te remuerden los días
te culpan las noches
te duele la vida tanto tanto
desesperada ¿adónde vas?
desesperada ¡nada más!
*De Los trabajos y las noches (1965)*
Sobre "La enamorada"
La enamorada es una escena de crimen en la que el cadáver es el deseo. Pizarnik escribe como si el amor fuera un delirio con nombre propio, una enfermedad que no se nombra pero se siente en cada verso. Aquí no hay romanticismo: hay ruina. El texto es un monólogo interior disfrazado de fábula trágica, una coreografía de gestos inútiles —enviar mensajes, sonreír, tremolar las manos— con la esperanza absurda de que él regrese. Pero no vuelve.
La voz poética no suplica, no exige, no espera redención. Solo se ahoga en el recuerdo del último abrazo, se burla de su propio drama con la ironía de quien ya ha perdido hasta la dignidad. "Ríe en el pañuelo, llora a carcajadas", dice, como si pudiera exorcizar la pena a fuerza de contraste. Pero el rostro debe cerrarse como una puerta. Que no sepan. El último verso es una caída libre: "¡nada más!". No hay consuelo, ni lección. Solo la devastación sin gloria de amar a alguien que no te elige.
Texto tomado de Material de Lectura UNAM
5. La última inocencia
La última inocencia
Partir
en cuerpo y alma
partir.
Partir
deshacerse de las miradas
piedras opresoras
que duermen en la garganta.
He de partirno más inercia bajo el solno más sangre anonadadano más formar fila para morir.
He de partir
Pero arremete, ¡viajera!
*De La última inocencia (1956)*
Sobre "La última inocencia"
La última inocencia es el poema de alguien que ya entendió demasiado tarde que crecer es una traición inevitable. Pizarnik no dice adiós: se escapa. "Partir / en cuerpo y alma / partir", dice al comienzo, y uno podría confundirlo con una decisión práctica. Pero no. Aquí partir significa otra cosa. Partir es desgarrarse, irse de uno mismo, dejar atrás la espera inútil, el dolor heredado, la mansedumbre que nos enseñaron a llamar virtud.
Las "miradas piedras opresoras" son las del mundo, las de los otros, pero también las propias: esas que se quedan a vivir en la garganta como un nudo eterno. Pizarnik no quiere mártires ni testigos. Quiere escapar del escenario antes de que la función termine, salirse de la fila de los que aceptan morir lentamente. El poema no es un canto de libertad, sino una urgencia de huida. El cierre es un imperativo: "Pero arremete, ¡viajera!" Una voz que podría venir desde dentro o desde muy lejos. No suena a triunfo, suena a consuelo precario.
Texto tomado de Poesi.as
6. Exilio
EXILIO
A Raúl Gustavo Aguirre
Esta manía de saberme ángel,
sin edad,
sin muerte en que vivirme,
sin piedad por mi nombre
ni por mis huesos que lloran vagando.
¿Y quién no tiene un amor?
¿Y quién no goza entre amapolas?
¿Y quién no posee un fuego, una muerte,
un miedo, algo horrible,
aunque fuere con plumas,
aunque fuere con sonrisas?
Siniestro delirio amar a una sombra.
La sombra no muere.
Y mi amor
sólo abraza a lo que fluye
como lava del infierno:
una logia callada,
fantasmas en dulce erección,
sacerdotes de espuma,
y sobre todo ángeles,
ángeles bellos como cuchillos
que se elevan en la noche
y devastan la esperanza.
*De Los trabajos y las noches (1965)*
Sobre "Exilio"
Exilio es una confesión escrita con plumas rotas. Un poema que no habla del destierro geográfico, sino de uno mucho más profundo: el de habitarse sin pertenecer. Pizarnik se nombra "ángel", pero no como símbolo de pureza. Es un ángel sin edad, sin muerte, sin lugar donde caerse vivo. Una criatura suspendida fuera del tiempo y del cuerpo, que ni siquiera tiene derecho al consuelo de su propio nombre.
Lo más brillante —y brutal— del poema es esa ironía silenciosa que lo atraviesa. "¿Y quién no tiene un amor?", pregunta, como si todo el mundo tuviera acceso a los placeres mínimos de la existencia. Pizarnik ama, sí, pero ama a una sombra. Y la sombra no muere porque nunca estuvo viva. Es la metáfora perfecta de su exilio: abrazar lo intangible hasta quedar hecha cenizas.
Y cuando crees que el poema ya no puede doler más, llegan los ángeles. Pero no los de iglesia. Estos son "ángeles bellos como cuchillos". Seres luminosos que no traen consuelo, sino devastación. El cielo no es refugio. Es amenaza.
Texto tomado de Poesi.as
7. Sentido de su ausencia
Sentido de su ausencia
si yo me atrevo
a mirar y a decir
es por su sombra
unida tan suave
a mi nombre
allá lejos
en la lluvia
en mi memoria
por su rostro
que ardiendo en mi poema
dispersa hermosamente
un perfume
a amado rostro desaparecido
*De Árbol de Diana (1962)*
Sobre "Sentido de ausencia"
Sentido de su ausencia es un poema susurrado entre la lluvia y la memoria. En apenas unos versos, Pizarnik condensa toda la ternura de una pérdida sin dramatismo, sin alaridos, pero con una presencia constante que duele por su belleza. La voz poética no habla del amor como posesión ni del duelo como herida, sino como una forma suave de compañía: una sombra que se adhiere al nombre, una huella que sigue existiendo aunque ya no esté quien la dejó.
La sintaxis es mínima, íntima, como si el poema se deslizara entre palabras por miedo a romper el silencio. La imagen del "rostro desaparecido" que "dispersa hermosamente un perfume" funciona como epitafio y como conjuro: algo se ha ido, pero ha dejado un rastro. No hay rencor, ni reclamo. Solo un perfume leve, casi sagrado, que flota en el poema como si pudiera detener el paso del tiempo.
Aquí Pizarnik no escribe desde el centro del dolor, sino desde su borde. No grita: recuerda. Y al recordar, convierte la ausencia en sentido.
Texto tomado de Material de Lectura UNAM
8. Piedra fundamental
PIEDRA FUNDAMENTAL
No puedo hablar con mi voz sino con mis voces.
Sus ojos eran la entrada del templo, para mí, que soy errante, que amo y muero. Y hubiese cantado hasta hacerme una con la noche, hasta deshacerme desnuda en la entrada del tiempo.
Un canto que atravieso como un túnel.
Presencias inquietantes,
gestos de figuras que se aparecen vivientes por obra de un lenguaje activo que las alude,
signos que insinúan terrores insolubles
Una vibración de los cimientos, un trepidar de los fundamentos, drenan y barrenan,
y he sabido dónde se aposenta aquello tan otro que es yo, que espera que me calle para tomar posesión de mí y drenar y barrenar los cimientos, los fundamentos,
aquello que me es adverso desde mí, conspira, toma posesión de mi terreno baldío,
no,
he de hacer algo,
no
no he de hacer nada,
algo en mí no se abandona a la cascada de cenizas que me arrasa dentro de mí con ella que es yo, conmigo que soy ella y que soy yo, indeciblemente distinta de ella.
En el silencio mismo (no el mismo silencio) tragar noche, una noche inmensa inmersa en el sigilo de los pasos perdidos.
No puedo hablar para nada decir. Por eso nos perdemos, yo y el poema, en la tentativa inútil de transcribir relaciones ardientes.
¿A dónde la conduce esta escritura? A lo negro, a lo estéril, a lo fragmentado.
Las muñecas desventradas por mis antiguas manos de muñeca, la desilusión al encontrar pura estopa (pura estepa tu memoria): el padre, que tuvo que ser Tiresias, flota en el río. Pero tú, ¿por qué te dejaste asesinar escuchando cuentos de álamos nevados?
Yo quería que mis dedos de muñeca penetraran en las teclas. Yo no quería rozar, como una araña, el teclado. Yo quería hundirme, clavarme, fijarme, petrificarme. Yo quería entrar en el teclado para entrar adentro de la música para tener una patria. Pero la música se movía, se apresuraba. Sólo cuando un refrán reincidía, alentaba en mí la esperanza de que se estableciera algo parecido a una estación de trenes, quiero decir: un punto de partida firme y seguro; un lugar desde el cual partir, desde el lugar, hacia el lugar, en unión y fusión con el lugar. Pero el refrán era demasiado breve, de modo que yo no podía fundar una estación pues no contaba más que con un tren salido de los rieles que se contorsionaba y se distorsionaba. Entonces abandoné la música y sus traiciones porque la música estaba más arriba o más abajo, pero no en el centro, en el lugar de la fusión y del encuentro. (Tú que fuiste mi única patria ¿en dónde buscarte? Tal vez en este poema que voy escribiendo).
Una noche en el circo recobré un lenguaje perdido en el momento que los jinetes con antorchas en la mano galopaban en ronda feroz sobre corceles negros. Ni en mis sueños de dicha existirá un coro de ángeles que suministre algo semejante a los sonidos calientes para mi corazón de los cascos contra las arenas.
(Y me dijo: Escribe; porque estas palabras son fieles y verdaderas).
(Es un hombre o una piedra o un árbol el que va a comenzar el canto...)
Y era un estremecimiento suavemente trepidante (lo digo para aleccionar a la que extravió en mí su musicalidad y trepida con más disonancia que un caballo azuzado por una antorcha en las arenas de un país extranjero).
Estaba abrazada al suelo, diciendo un nombre. Creí que me había muerto y que la muerte era decir un nombre sin cesar.
No es esto, tal vez, lo que quiero decir. Este decir y decirse no es grato. No puedo hablar con mi voz sino con mis voces. También este poema es posible que sea una trampa, un escenario más.
Cuando el baco alternó su ritmo y vaciló en el agua violenta, me erguí como la amazona que domina solamente con sus ojos azules al caballo que se encabrita (¿o fue con sus ojos azules?). El agua verde en mi cara, he de beber de ti hasta que la noche se abra. Nadie puede salvarme pues soy invisible aun para mí que me llamo con tu voz. ¿En dónde estoy? Estoy en un jardín.
Hay un jardín.
*De Extracción de la piedra de locura (1968)*
Sobre "Piedra fundamental"
Piedra fundamental es una catedral construida con escombros. Un poema que no se lee: se atraviesa como un túnel con ecos. Pizarnik parte desde una declaración demoledora —"no puedo hablar con mi voz sino con mis voces"— y con eso nos advierte: aquí no habla una poeta, habla una multitud hecha trizas. No hay identidad: hay resonancia.
El poema serpentea entre lo lírico y lo metafísico, entre lo íntimo y lo simbólico, como si no pudiera decidir si quiere ser plegaria o exorcismo. Nos habla de muñecas destripadas, de teclados traicioneros, de estaciones de tren que no existen. Todo está al servicio de una única obsesión: encontrar un centro, un punto de fusión, un lugar donde ser una y no muchas. "Quería hundirme, clavarme, fijarme", dice, pero el poema la arrastra, la distorsiona, la dispersa.
El lenguaje ya no sirve para describir, sino para buscar desesperadamente algo que se parezca a una patria. Pero incluso la música la traiciona. Incluso el poema podría ser —dice ella misma— una trampa más. Y sin embargo, hay un jardín. La última línea es un susurro que deja abierta una grieta por donde entra la noche, sí, pero también algo parecido a la belleza. "Hay un jardín", escribe. En medio de la dispersión, aún queda la posibilidad de una imagen nítida.
Texto tomado de Poesi.as
9. Los trabajos y las noches
Los trabajos y las noches
para reconocer en la sed mi emblema
para significar el único sueño
para no sustentarme nunca de nuevo en el amor
he sido toda ofrenda
un puro errar
de loba en el bosque
en la noche de los cuerpos
para decir la palabra inocente
*De Los trabajos y las noches (1965)*
Sobre "Los trabajos y las noches"
Los trabajos y las noches es un manifiesto en voz baja. Un poema que parece resignado, pero que en realidad arde con una intensidad contenida. Pizarnik se presenta aquí no como sujeto, sino como tránsito, como ofrenda en movimiento. "He sido toda ofrenda", dice, y eso basta para comprender que su identidad no se afirma, se entrega. No se construye, se disuelve.
En estos versos breves caben muchas vidas. Está la sed como emblema, el sueño como única dirección, y la renuncia al amor como una forma de supervivencia. No hay lamento. Hay lucidez. Una loba errante en "la noche de los cuerpos" que no busca ser encontrada, sino reconocida como parte del misterio. Y esa última línea —"para decir la palabra inocente"— no es un cierre, es un anhelo. Como si, después de todo, aún fuera posible pronunciar algo puro en medio del exilio interior.
Texto tomado de Ciudad Seva
10. Salvación
Salvación
Se fuga la isla.
Y la muchacha vuelve a escalar el viento
y a descubrir la muerte del pájaro profeta.
Ahora
es el fuego sometido.
Ahora
es la carne
..la hoja
..la piedra
perdidas en la fuente del tormento
como el navegante en el horror de la civilización
que purifica la caída de la noche.
Ahora
la muchacha halla la máscara del infinito
y rompe el muro de la poesía.
*De Los trabajos y las noches (1965)*
Sobre "Salvación"
Salvación es un poema que no salva, sino que revela. Aquí, Pizarnik despliega un escenario de desintegración que, curiosamente, se presenta como redención. La isla —símbolo clásico del refugio— se fuga. Se escapa. Y con ella, todo lo que podía representar un lugar seguro. La muchacha, figura constante en su obra, no se queda quieta: vuelve a escalar el viento. Una acción inútil, absurda, hermosa. Porque en la poesía de Pizarnik, todo movimiento es resistencia.
El poema atraviesa símbolos como quien atraviesa una tormenta de espejos: fuego, carne, hoja, piedra… todos sometidos, todos perdidos. "Como el navegante en el horror de la civilización": esa imagen lo dice todo. No hay lugar en el mundo para esta voz, salvo en el mismo acto de la caída. La noche no cubre: purifica. Y la purificación no es alivio, sino despojamiento.
Y entonces ocurre: la muchacha halla la máscara del infinito. No la cara, no la verdad, sino su máscara. Porque eso es todo lo que queda cuando el lenguaje se agota. Pero esa máscara basta para romper el muro de la poesía. Y ese acto final, esa fractura, es lo más cercano que Pizarnik nos ofrece a una salvación: no del alma, ni del cuerpo, sino la del decir. Romper el muro. Volver a escribir desde el polvo.
Texto tomado de Ciudad Seva

Alejandra Pizarnik poemas: lo que queda después de leer
Alejandra Pizarnik no escribió para ofrecer respuestas ni consuelo. Escribió para que el lenguaje no la abandonara del todo. Y en ese gesto —a la vez íntimo y radical— nos dejó una obra que sigue viva, como una herida que no cierra pero enseña. Leer estos poemas de Alejandra Pizarnik es arriesgarse a no salir ileso. Es permitir que algo se desacomode por dentro. Que el yo tiemble. Que la voz tiemble. Que incluso el silencio tiemble.
En estos diez textos hay dolor, sí, pero también lucidez. Hay exilio, pero también búsqueda. Hay máscaras, pero también una sed desesperada de verdad. Y sobre todo, hay poesía de la que importa: esa que no intenta gustar, sino decir lo que no puede decirse de otra forma.
Porque al final, como escribió ella misma: "también este poema es posible que sea una trampa, un escenario más". Y aun así —o por eso mismo— seguimos volviendo a su voz, una y otra vez, como quien busca una salvación que no salve, pero que al menos diga la verdad.
Dónde seguir leyendo
Si estos poemas te resonaron, te recomendamos conseguir Árbol de Diana (su libro más logrado) o Poesía completa(editado por Lumen). Y si quieres explorar más poetas con esa misma intensidad oscura, visita nuestra selección de poemas de identidad rota o poemas de soledad.
Fuentes
Los textos fueron tomados de ediciones accesibles al público:
- Material de Lectura UNAM: Cuadernillo oficial con selección crítica y notas
- Poesi.as: Versiones digitales verificadas
- Ciudad Seva: Archivo abierto de textos de dominio público
Todos los poemas respetan la versión original publicada, sin modificaciones.