¡Rápido, desacelera!
El arte de ir más despacio

En un mundo que corre sin mirar atrás, desacelerar es una forma de resistencia. Una pequeña rebelión contra ese monstruo insaciable que exige más y más y más —más velocidad, más productividad, más contenido, más rendimiento.
Nos levantamos temprano.
Desayunamos de prisa.
Trabajamos sin pausa.
Escribimos, llamamos, respondemos, corremos.
Terminamos la serie en una semana.
Escuchamos los audios en doble velocidad.
Leemos rápido, registramos rápido.
Vivimos como si la meta fuera desaparecer antes que los demás.
¿Y con quién competimos? ¡Con todo el mundo! Familia, amigos, desconocidos. Nos vendieron la idea de una carrera sin línea de salida ni llegada, donde solo importa correr. ¿Pero hacia dónde? ¿Y para qué?
Cuando mi vida va rápido, dejo de percibirla. No pienso. No siento. Acelero. Veo el día pasar como desde una ventana empañada: todo ocurre, pero nada se queda. Sentir no es lo mismo que vivir, y sin embargo, confundimos una cosa con la otra.
Y lo entiendo. No se puede cambiar todo de un día para otro, ni en meses ni años. Quizá nunca. Porque el ser humano es una bestia insaciable. Siempre habrá quien quiera más. Quien necesite más. Quien sienta que merece más. Y la rueda seguirá girando. Y en este mundo, si uno va lento, parece que se queda atrás —aunque no sea cierto. La fila de espera es larga, y la máquina no se detiene por nadie.
Y de verdad lo entiendo. Porque necesitamos trabajo, y porque tenemos esa maldita costumbre de comer. Hay que mantenernos competitivos en este mundo. ¡Y entonces hay que ser agradecidos! De ser nosotros los que tenemos trabajo, de no quedarnos atrás.
Aún así: hay que ir lento. Aunque sea un instante. Una canción que se escucha de verdad. Una película sin interrupciones. Una conversación sin mirar el reloj. Un libro leído sin pensar en la meta de lecturas del año. El café que se toma caliente, sin correos de por medio.
No hace falta detener el mundo. Solo dejar de correr por un rato.
Porque la máquina seguirá acelerando. No tiene freno. No tiene conciencia. Y quizá un día vaya tan rápido que se estrelle.
Y entonces, tal vez, escuchemos el estruendo.
Y tal vez, por fin, aprendamos a ir más despacio.