Tabaquería de Fernando Pessoa: sueños, ruina y poesía

La inmensidad de las ideas

Tabaquería de Fernando Pessoa: sueños, ruina y poesía

Hay poemas que no se leen: te leen a ti. Te abren como una fruta podrida, huelen tu desesperación y te la devuelven escrita. Así me pasó con Tabaquería de Fernando Pessoa. No lo encontré, él me encontró a mí. Alguien me lo recomendó por mensaje y desde entonces lo arrastro como se arrastra una enfermedad querida.

Tabaquería
por Álvaro de Campos (Fernando Pessoa)

No soy nada.
Nunca seré nada.
No puedo querer ser nada.
Aparte de eso, tengo en mí todos los sueños del mundo.

Ventanas de mi cuarto,
De mi cuarto de uno de los millones del mundo que nadie sabe quién es
(Y si lo supieran, ¿qué sabrían?),
Dan hacia el misterio de una calle cruzada
Constantemente por gente,
Hacia una calle inaccesible a todos los pensamientos,
Real, imposiblemente real, cierta, desconocidamente cierta,
Con el misterio de las cosas debajo de las piedras y de los seres,
Con la muerte poniendo humedad en las paredes y canas en los hombres,
Con el Destino guiando la carreta de todo por el camino de nada.

Hoy estoy vencido, como si supiera la verdad.
Hoy estoy lúcido, como si estuviera por morir,
Y no tuviera ya más hermandad con las cosas
Sino una despedida, tornándose esta casa y este lado de la calle
La fila de vagones de un tren, y una partida silbada
Desde dentro de mi cabeza,
Y un estremecimiento de mis nervios y un crujido de huesos al irse.

Hoy estoy perplejo, como quien pensó, encontró y olvidó.
Hoy estoy dividido entre la lealtad que debo
A la tabaquería del otro lado de la calle, como cosa real por fuera,
Y la sensación de que todo es sueño, como cosa real por dentro.

Fracasé en todo.
Como no tuve propósito alguno, tal vez todo fuera nada.
El aprendizaje que me dieron,
Lo escapé por la ventana trasera de la casa.
Fui al campo con grandes ideas.
Pero allí solo encontré hierbas y árboles,
Y cuando había gente era igual a la otra.

Salgo de la ventana, me siento en una silla. ¿En qué he de pensar?
¿Qué sé yo de lo que seré, si no sé lo que soy?
¿Ser lo que pienso? ¡Pero pienso ser tantas cosas!
Y hay tantos que piensan ser lo mismo, que no puede haber tantos.

¿Genio? En este momento
Cien mil cerebros se conciben en sueños como genios, como yo,
Y la historia no recordará, ¡quién sabe!, ni uno solo,
Ni habrá más que estiércol de tantas conquistas futuras.

No, no creo en mí.
En todos los manicomios hay locos con tantas certezas.
Yo, que no tengo ninguna, ¿soy más cierto o menos cierto?
No, ni siquiera en mí...

¿En cuántas buhardillas o no-buhardillas del mundo
No estarán ahora genios-para-sí-mismos soñando?
¿Cuántas aspiraciones altas, nobles y lúcidas—
Sí, verdaderamente altas, nobles y lúcidas—
Y quién sabe si realizables,
Nunca verán la luz del sol real ni encontrarán oídos humanos?

El mundo es de quien nace para conquistarlo
Y no de quien sueña que puede conquistarlo, aunque tenga razón.
He soñado más que lo que hizo Napoleón.
He apretado al pecho hipotético más humanidades que Cristo.
He hecho filosofías en secreto que ningún Kant escribió.

Pero soy, y quizás seré siempre, el del desván,
Aunque no viva en él;
Seré siempre el que no nació para eso;
Seré siempre solo el que tenía cualidades;
Seré siempre el que esperó que le abrieran la puerta junto a una pared sin puerta,
Y cantó la canción del Infinito en un gallinero,
Y oyó la voz de Dios en un pozo tapado.

¿Creer en mí? No, ni en nada.
Derrámeme la Naturaleza sobre la cabeza ardiente
Su sol, su lluvia, el viento que me despeina,
Y lo demás que venga si quiere, o tenga que venir, o no venga.

Esclavos cardíacos de las estrellas,
Conquistamos todo el mundo antes de levantarnos de la cama;
Pero despertamos y es opaco,
Nos levantamos y es ajeno,
Salimos de casa y es la Tierra entera,
Más el sistema solar, la Vía Láctea y el Indefinido.

(Come chocolates, niña;
¡Come chocolates!
Mira que no hay más metafísica en el mundo que los chocolates.
Mira que todas las religiones no enseñan más que la pastelería.

¡Come, niña sucia, come!
¡Ojalá pudiera yo comer chocolates con la misma verdad con que tú los comes!
Pero yo pienso, y al quitar el papel de plata, que es de hojas de estaño,
Lo echo todo al suelo, como he echado la vida.)

Pero al menos queda de la amargura de lo que nunca seré
La caligrafía rápida de estos versos,
Pórtico quebrado hacia lo imposible.
Pero al menos me consagro a mí mismo un desprecio sin lágrimas,
Noble al menos en el amplio gesto con que arrojo
La ropa sucia que soy, sin lista, al curso de las cosas,
Y me quedo en casa sin camisa.

(Tú, que consuelas, que no existes y por eso consuelas,
O diosa griega, concebida como estatua que fuese viva,
O patricia romana, imposiblemente noble y nefasta,
O princesa de trovadores, gentilísima y colorida,
O marquesa del siglo XVIII, escotada y lejana,
O cortesana célebre del tiempo de nuestros padres,
O no sé qué moderno —no concibo bien qué—,
Todo eso, sea lo que sea, que seas, si puedes inspirar, que inspires.

Mi corazón es un balde volcado.
Como quienes invocan espíritus invocan espíritus,
Yo me invoco a mí mismo y no encuentro nada.
Me acerco a la ventana y veo la calle con una nitidez absoluta.
Veo las tiendas, veo las aceras, veo los autos que pasan,
Veo los seres vivos vestidos que se cruzan,
Veo los perros que también existen,
Y todo esto me pesa como una condena al destierro,
Y todo esto es extranjero, como todo.)

Viví, estudié, amé, y hasta creí,
Y hoy no hay mendigo al que no envidie solo por no ser yo.
Miro a cada uno los andrajos y las llagas y la mentira,
Y pienso: quizás nunca viviste ni estudiaste ni amaste ni creíste
(Porque es posible hacer la realidad de todo eso sin hacer nada de eso);
Quizás solo exististe, como un lagarto al que cortan la cola
Y que es cola más allá del lagarto retorciéndose.

Hice de mí lo que no supe,
Y lo que podía hacer de mí no lo hice.
El disfraz que vestí era equivocado.

Me reconocieron enseguida por quien no era y no lo desmentí, y me perdí.
Cuando quise quitarme la máscara,
Estaba pegada al rostro.
Cuando la quité y me vi en el espejo,
Ya había envejecido.
Estaba ebrio, ya no sabía vestir el disfraz que no me había quitado.
Tiré la máscara y dormí en el guardarropa
Como un perro tolerado por la gerencia
Por ser inofensivo
Y voy a escribir esta historia para probar que soy sublime.

Esencia musical de mis versos inútiles,
¡Quién me diera encontrarte como cosa que yo hiciera,
Y no quedarme siempre frente a la Tabaquería de enfrente,
Pisando con los pies la conciencia de estar existiendo,
Como una alfombra en la que tropieza un borracho
O un felpudo que los gitanos robaron por no valer nada!

Pero el Dueño de la Tabaquería llegó a la puerta y se quedó en la puerta.
Lo miro con el malestar de la cabeza vuelta a medias
Y con el malestar del alma apenas entendiendo.
Él morirá y yo moriré.
Él dejará el cartel, yo dejaré versos.
En cierto momento morirá el cartel también, y los versos también.
Después, morirá la calle donde estuvo el cartel,
Y la lengua en que fueron escritos los versos.
Morirá luego el planeta giratorio en que todo esto ocurrió.

En otros satélites de otros sistemas alguien
Seguirá haciendo cosas como versos y viviendo bajo cosas como carteles,
Siempre una cosa frente a otra,
Siempre una cosa tan inútil como la otra,
Siempre lo imposible tan estúpido como lo real,
Siempre el misterio del fondo tan cierto como el sueño superficial,
Siempre esto o siempre otra cosa o ni una cosa ni otra.

Pero un hombre entró en la Tabaquería (¿a comprar tabaco?),
Y la realidad verosímil cayó de golpe sobre mí.
Me semierguí enérgico, convencido, humano,
Y voy a escribir estos versos donde digo lo contrario.

Enciendo un cigarro al pensar en escribirlos
Y disfruto en el cigarro la liberación de todos los pensamientos.
Sigo el humo como una ruta propia,
Y gozo, en un momento sensible y competente,
La liberación de todas las especulaciones
Y la conciencia de que la metafísica es una consecuencia de estar indispuesto.

Luego me recuesto en la silla
Y sigo fumando.
Mientras el Destino me lo conceda, seguiré fumando.

(Si me casara con la hija de mi lavandera,
Quizás sería feliz.)

Visto esto, me levanto de la silla. Voy a la ventana.
El hombre salió de la Tabaquería (¿metiendo el cambio en el bolsillo del pantalón?).
Ah, lo conozco: es Esteves sin metafísica.
(El Dueño de la Tabaquería llegó a la puerta.)
Como por instinto divino, Esteves se volvió y me vio.
Me hizo una seña de adiós, le grité ¡Adiós, Esteves!, y el universo
Se me reconstruyó sin ideal ni esperanza, y el Dueño de la Tabaquería sonrió.

Leo este poema como quien vuelve a un vicio: por consuelo, por rabia, por costumbre. Y cada vez que lo hago, me encuentro con nuevas formas de desmoronarme.

El inicio y esta parte me cautivan:

El mundo es para los que nacieron para conquistarlo
no para los que sueñan que pueden conquistarlo, aunque tengan razón.
He soñado más que todas las hazañas de Napoleón.
He abrazado en mi pecho hipotético más humanidades que Cristo,
he pensado en secreto más filosofías que las escritas por ningún Kant.
Pero soy y seré siempre el de la buhardilla,
aunque no viva en ella.
Seré siempre el que no nació para eso.
Seré siempre sólo el que tenía algunas cualidades,
seré siempre el que aguardó que le abrieran la puerta frente a un muro que no tenía puerta,
el que cantó el cántico del Infinito en un gallinero,
el que oyó la voz de Dios en un pozo cegado.
¿Creer en mí? Ni en mí ni en nada.

Leí esto y supe que alguien, hace casi un siglo, ya había escrito todo lo que yo pensaba mientras miraba al techo sintiendo que me faltaba talento, dinero o tiempo para hacer lo que quería. Pessoa no necesitaba motivación. Necesitaba decir que la motivación era una farsa. Y lo dijo con el pulso de quien está a punto de saltar desde el último piso... pero se queda ahí, escribiendo.

Hay quienes encuentran consuelo en Whitman: su vitalismo, su “me celebro y me canto”. Yo no. Yo me arrastro y me contradigo. Por eso Tabaquería me habla. Es la antítesis de Canto a mí mismo. Whitman se multiplica; Pessoa se fracciona. Uno abraza al mundo, el otro lo observa desde la sombra de un estanco barato.

No sé analizar poemas. No pretendo hacerlo. Lo único que sé es que Tabaquería me atraviesa. Me hace pensar en las tardes sin plan, cuando uno se sienta a mirar por la ventana y todo pesa. Los árboles que se sacuden como si supieran algo. El viento con sus manos frías en la nuca. La ciudad que se aleja aunque no se mueva. En esos instantes—diminutos, callados—el poema se cuela. No como texto, sino como estado del alma.

Nunca he leído demasiado de Pessoa. Algunos poemas, un cuento tal vez. No importa. Con Tabaquería me basta. Es una pieza que lo contiene todo: el fracaso, el ego, la lucidez, la muerte, la rabia de no poder ser lo que uno imagina que puede ser.

Y lo más brillante: no lo escribió “Pessoa”. Lo escribió Álvaro de Campos, uno de sus heterónimos. No un seudónimo: un personaje con biografía propia, profesión, estilo, y voz distinta. Pessoa era una editorial humana, un hombre dividido entre los hombres que inventó para poder existir.

Tabaquería fue publicado por primera vez en 1933, en la revista portuguesa Presença. Desde entonces ha sido traducido, recitado, diseccionado y adorado. Pero no importa lo que diga la crítica: este poema no se entiende, se vive. No se analiza, se deja entrar como un humo espeso que te nubla todo... menos lo esencial.

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