Todo lo que ya eres es tu pasión

Una historia honesta sobre buscar tu propósito, fallar, cambiar de rumbo y encontrar tu pasión justo donde siempre estuvo: en ti mismo.

Todo lo que ya eres es tu pasión

Durante parte de mi corta existencia (poco más de 30 años), tuve la enfermiza obsesión de que mi única misión en la vida era seguir mi pasión. No hay más que eso: mi felicidad, mi éxito laboral, mi propósito, mis días, mis pensamientos más profundos y mi obsesión. Todo debo dedicárselo. Todo mi ser existe para la escritura.

Pero… antes ni siquiera sabía que quería escribir. Antes no tenía nada. Era un puto vagabundo sin sentido. ¡Y carajo! Cómo me lastimó esta idea de necesitar una pasión. Me trataba como un ser sin propósito, un inútil, un desperdicio de ser vivo: un fracaso absoluto.

La idea viene de una atracción incontrolable que siempre he tenido hacia la gente que ha logrado algo en este mundo. Tú bien sabes quiénes: esos seres que nos hablan desde niños. Los grandes genios. Mozart, Beethoven, Einstein, Edison (aunque es un farsante), Darwin, Da Vinci, Shakespeare. Me maravillaba la genialidad de cada uno, y anhelaba que dentro de mí existiera algo así... pero no sabía dibujar, ni tocar un instrumento. Y aunque no era malo en física, química o matemáticas, no me obsesionaban. Quizá era un poco más inteligente que el promedio, pero nada especial.

Como muchos niños en México, mi mirada estuvo fija en uno de los sueños más compartidos que hay: ser futbolista. Por un tiempo, eso mantuvo a mi cerebro alejado de las torturas mentales que después me impondría. Sin embargo, algo me impidió entregarme al deporte. Sentía que no era suficiente. No era lo que yo quería ser.

Sin el fútbol estaba vacío. Y mi adolescencia la pasé así. La universidad se acercaba y no había nada que me gustara. No quería ser abogado, ingeniero o algo parecido. Realmente no quería ser nada. El mundo adulto me parecía aburrido, absurdo y esclavizante. Entregarme a una carrera era como rendirme ante el sistema: dejar que el gobierno y todo lo preestablecido me cogieran sin piedad.

Pero ahí estaba en mi mente, insistente: esa idea que me impuse desde muy joven. Solo necesitas encontrar una pasión. Porque creí que eso era lo que había hecho grande a los grandes. En cualquier disciplina o profesión, lo único esencial era la obsesión por algo. Esa fuerza que, por inercia, te jala y te guía a través de la vida.

Lo pensaba así:

Descubrir pasión.
Una fuerza divina, mágica, omnipotente te arrastra a hacer diariamente eso que te apasiona.
Tu vida tiene sentido.
Eres feliz.

La respuesta, al fin, a todas mis crisis existenciales.

Y es que no es fácil cargar con las preguntas grandes desde niño. Me aterra un poco ver a ese pobre Andrés de diez años pensando en cómo resolver los problemas del mundo. Un peso gigantesco que un niño no necesitaba. Porque me hizo dejar de golpear fuerte el balón al darme cuenta de que no podía salvar el mundo a pelotazos.

Entonces me aferré a otra idea: solo necesitaba una pasión para salvar al mundo. Para salvarme a mí.

La busqué por todos los lugares que pude. Leí sobre todas las carreras que encontré. Investigué trabajos, oficios, y cientos de biografías de gente que fue algo en la vida. Hice cada test vocacional disponible. Vi todos los videos posibles sobre encontrar tu propósito. Y no encontré nada.

Me enojaba saber que otros ya tenían una pasión. Me enfurecía no ser uno de esos elegidos que sabían desde pequeños que eran buenos dibujando, o en la música, o en lo que fuera. ¡Qué fácil! Solo tienen que hacer eso que les encanta cada día por el resto de sus vidas.

¿Por qué me hiciste esto, Dios? Si ni siquiera creo en ti. ¿Por qué esta tortura de encontrarme perdido en la tierra?

Estudié dos años gastronomía, año y medio ingeniería en nanotecnología, y me gradué de finanzas y banca. Casi estudio geología, turismo y para piloto naval. Aprendí un poco de italiano y chino. Pero nunca encontré nada que hiciera clic. Creo que la respuesta nunca estuvo en la universidad.

Leí El mito de Sísifo a los veinte, y acepté con cariño el absurdo de la vida. Pero ni siquiera eso me quitó de la cabeza que debía encontrar mi pasión. Parecía que el sentido de la vida era encontrar el sentido de la vida. ¿No lo es el de todos?

¿Y si mi pasión era dedicarme a encontrar mi pasión? Porque me lo prometí: voy a probar todo lo que me sea posible hasta encontrarla.

Un libro me hizo creer que al fin hallaría la respuesta: Rituales cotidianos: cómo trabajan los artistas. Pensé que, tal vez, en las rutinas de todos aquellos genios encontraría un instructivo. El mapa a seguir para convertirme en alguien. No encontré nada, maldita sea. Todas las rutinas eran distintas. Cada quien trabajaba a su manera. Entonces entendí algo que me costó mucho asimilar: todo proceso es individual, incluso los procesos creativos.

Siento que estamos tan acostumbrados a seguir instrucciones —de nuestros padres, de la escuela, del trabajo— que cuando nos piden descubrir algo por cuenta propia, nos perdemos. Por eso no podía encontrar mi pasión. Porque no había una ruta. No existía una fórmula.

Pero ahí estaba. Siempre estuvo.

Cuando a los ocho años le escribía historias a mis peluches. Cuando en la escuela me pedían un ensayo y no podía esperar por empezarlo. Cuando redactaba un mail como si fuera una novela breve. Cuando mi imaginación me llevaba lejos. Estaba ahí cuando creé mi primer blog sobre cine, libros y música. Cuando me divertía escribiendo artículos sobre bebidas alcohólicas. La escritura siempre estuvo ahí. Sigilosa. Paciente.

A los 26 dejé todo lo que había estudiado —finanzas, banca, seguridad— para escribir. Por casi cuatro años no gané un solo peso por hacerlo. Nada. Escribía sin saber si algún día alguien pagaría por mis palabras. Me rendí varias veces, sí, pero siempre volví. Porque no sabía hacer otra cosa. Porque escribir, incluso sin recompensa, era lo único que me mantenía cuerdo.

Hoy, al fin, vivo de esto.

Todo salió bien.

“To all the artists out there: don't be scared.”
Hi, How Are YouDaniel Johnston (2015)

Hoy no creo que mi pasión me defina o defina mi propósito de vida. Es una parte de mí, una muy importante. Pero estoy compuesto de más cosas: mi familia, mi pareja, mis hijas, mis amigos, el cine, la música, mi amor por la comida y mi obsesión por los bosques. Por cada perro que he tenido y tendré.

Tampoco creo que deba ser yo quien salve el mundo. Porque esa meta ni siquiera existe. Acepto la imperfección humana y las desgracias que conlleva. Claro que creo que podemos ser mejores y evitar atrocidades, pero acepto que no puedo salvar a todos. Ni a mis seres queridos.

¿Entonces qué tienes que hacer tú si quieres encontrar tu pasión?

¡Qué carajos sé yo! Ni siquiera te conozco.

Todo lo que ya eres… es tu pasión.
Lo demás es trabajo, oficio y pasatiempos.

Y si no lo ves todavía, no importa.
Estás más cerca de lo que crees.

PAÍS LECTOR
ES UNA
SIMULACIÓN