Deja que tus libros se muevan
Porque leer despacio es el acto de rebeldía
Es importante recordar —aunque lo olvidemos, lo neguemos o simplemente no queramos entenderlo— que el mundo de los libros es, antes que nada, un negocio. Su objetivo no es solo iluminar al lector, sino también llenar los bolsillos de alguna editorial afortunada. Y si el destino sonríe, convertirse en película.
Y aquí viene lo incómodo:
Es un maldito negocio.
Y quizá es momento de dejar de ver a los libros como estos objetos sagrados. Porque, si bien muchos de los que tengo los considero entre mis posesiones más preciadas, no me gusta olvidar que son productos. Que existió una intención de venta dentro de su concepción.
¡Y empieza el show!
Retos lectores.
Bookhaul.
Unboxing.
Recorridos por libreros perfectamente curados.
Goodreads, Bookstagram, Booktube, Booktok.
Lee más. Lee rápido. Lee resúmenes.
Compra un libro. Y otro. Y otro… hasta que olvides por qué empezaste.
Sé que podrá ser algo extraño de leer viniendo de alguien que dedicó los últimos seis años de su vida en promover la lectura. De alguien que encontró el sentido de la vida en la escritura.
Pero por eso mismo lo digo:
Hay que desmitificar el libro.
Tenemos que liberarlo. Tenemos que quitarle ese manto imaginario de oro que le colocamos. Debemos rayarlos y doblarlos. Dejar marcas de que fueron leídos. Debe haber un rastro de la persona que sintió esas palabras.
Porque quizá no podamos luchar contra los gigantes editoriales. Porque el negocio de los libros seguirá. Porque con el capitalismo de fondo, los libros necesitan vender más y más. Y por esto debemos liberar a los libros.
Leer un libro y regalarlo.
Leer despacio.
Subrayar y subrayar las mejores frases
Comprar por criterio
Sé perfectamente que estoy dejando fuera mucho de lo que significa leer. El poder de las historias, conectar con las historias, y que dos de mis frases favoritas defienden el poder de lectura mejor de lo que cien ensayos míos podrán hacerlo.
“You think your pain and your heartbreak are unprecedented in the history of the world, but then you read.”
— James Baldwin
“Yo, si tuviera hambre y estuviera desvalido en la calle, no pediría un pan; sino que pediría medio pan y un libro.”
— Federico García Lorca, discurso en la inauguración de la biblioteca de su pueblo, Fuente Vaqueros, 1931.
Pero no estoy atacando la lectura. Estoy atacando al libro. Porque aunque parezcan inseparables, no lo son. El libro es solo el medio. El contenido es lo importante. Y por eso, hay que liberarlo.
¡Y lo que más odio! Que se le haya transformado en un accesorio. Un adorno, un objetivo bonito para las fotos. Porque un libro que se usa de manera estética, y que no es leído, me da náuseas.
¡Porque un libro se lee, carajo! Se trae de un lado a otro. Se mancha de agua, de café y de suciedad. Se usa, maldita sea. No se queda quieto en un librero quieto e intocable. Se mueve. Y se rompe, y ni modo. Porque somos lectores y no coleccionistas.
¿Y qué leemos? ¿Lo que nos dicen las editoriales o lo que creemos que queremos leer? ¡Quién sabe!
¿Y de quién tomar recomendaciones? ¿De críticos, de personas en internet, de las listas del New York Times o de País Lector? ¡De quien quieras, pero sé crítico!
¡Y seguirás comprando libros!
¡Y seguirás cayendo en la mercadotecnia!
Sin embargo, ahora pararás un momento, tomarás ese libro y sabrás que alguien pensó en cómo vendértelo. El maldito eligió la tipografía, la ilustración, los colores y las frases que irían en la portada y contraportada. Lo hizo atractivo para ti. Y te lo habrá recomendado un amigo o un tipo en internet que ni siquiera conoces. Y caminarás hacia la caja registradora. Pagarás y te sentirás bien. Y agradece al hijo de puta que hizo todo eso: porque lo vendió. Te vendió ese maldito libro.
¡O lo harás por Amazon! Con un solo clic ese precioso objeto llegará a ti.
Pero te lo vendieron. Me lo vendieron. Nos lo vendieron. ¿Lo elegimos nosotros? No lo sé.
Ahora léelo y agradece si te gustó. Y si no…caiste. Te vendieron una porquería. O no era para ti. Como sea. Pero inténtalo otra vez. Compra otro libro y deja que la máquina siga funcionando.
Así que deja que tu libro se manche, se rompa, se extravíe y vuelva.
Deja que se mueva.
Porque si no se mueve, entonces no es tuyo.
Una vez una amiga me prestó un poemario de Pizarnik y estaba lleno de dibujos y marcas. Me sorprendí, para mí los libros habían sido sagrados hasta ese momento. Le dije que me parecía terrible rayarlos así, y me respondió: “a los libros hay que faltarles el respeto” como una manera de apropiarse de su contenido y de desafiarlos. Y desde ese día, mis libros comenzaron a contener también mis trazos.
Me gustó esto que decís, que también los libros son productos, si vamos al caso. Y son nuestros, nosotros pagamos por ellos. Considero que está bien intervenirlos para hacerlos un poquito más nuestros todavía.
(: